El embarazo requiere grandes dosis de energía, y una madre tiene que estar en plena forma y llena de vitalidad. Una madre de edad avanzada hubiera tenido muchas dificultades para sacar adelante a sus hijos recién nacidos, ya que para que la transmisión de la vida se haga en las mejores condiciones posibles, es necesario que la mujer se encuentre en su momento más álgido de vitalidad. Para la vida, para el feto y para la madre es preferible que la transmisión de la vida tenga lugar en una etapa joven y plena de vitalidad y de recursos.
Desprenderse a partir de cierta edad de la capacidad reproductiva es pues una ventaja evolutiva, una ventaja biológica. Por tanto, las mujeres alargamos nuestra vida, pero interrumpiendo nuestra vida reproductiva. Las mujeres «optamos» por no alargar nuestra vida fértil al alargar nuestra longevidad. Es más ventajoso y más eficaz ayudar a nuestras jóvenes hijas, que seguir reproduciéndonos nosotras mismas, a una edad avanzada para la energía que requiere el largo embarazo, el costoso parto y la larguísima educación de la prole humana.
De esta manera se asegura mejor la reproducción de la especie. Así, las mujeres podían contribuir muy eficazmente en la supervivencia de sus hijos ya mayores y de sus nietos, lo cual sí que es una estrategia realmente adaptativa y eficaz.
Así pues, al haber alargado la vida en la especie humana, llega un momento en que no es conveniente (no es útil) seguir teniendo hijos propios, y es muchísimo más eficaz destinar esas energías a ayudar a las hijas y a su prole. Gracias a lo cual el índice de supervivencia infantil era mucho más alto. Lo cual a su vez permitió que el número de embarazos por mujer para asegurar la supervivencia de la especie no tuviera que ser tan alto, lo cual redundó tanto en la longevidad de las mujeres como en nuestra calidad de vida. Ventajas nada despreciables.
De manera que en la especie humana hay un gran número de mujeres que invertimos nuestras energías no en seguir reproduciéndonos nosotras mismas, sino en ayudar a nuestras hijas y nietas. Es más ventajoso y más eficaz ayudar a nuestras jóvenes hijas que seguir reproduciéndonos nosotras mismas a una edad avanzada para la energía que requiere el largo embarazo, el costoso parto y la larguísima educación de la prole humana. De esta manera se asegura mejor la reproducción de la especie. Y muy especialmente en una especie cuya supervivencia depende precisamente de la cooperación. Es mucho más importante la cooperación, que una alta tasa reproductiva.
La prueba está en que somos una de las especies con menor tasa reproductiva (menos hijos) del planeta, y sin embargo somos ya casi 7.000.000.000 de seres humanos. Es decir, que esta estrategia ha resultado realmente eficaz. Nuestra aportación es pues valiosísima para la supervivencia del grupo. Mucho más que seguir teniendo hijos a esa edad.
Así, en lo sucesivo, seguiremos disfrutando del cariño, del afecto y del sexo, pero sin el miedo permanente al riesgo de un hijo que ya no está en óptimas condiciones de alimentar, cuidar y defender.
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