A lo largo del siglo XX la educación sexual vivió la etapa más apasionante de toda su historia. Libros, conferencias, programas, ensayos, leyes, congresos, errores, ataques, crisis, replanteamientos. Freud, el Congreso de 1912, la escuela de Summerhill, Reich, Kinsey, Masters y Johnson, la crisis de los 70, los expedientes a l@s profesores más progresistas. Ensayos, aciertos y errores. Pero siempre con una ilusión cada vez más cargada de razones. Es decir, de razón. Gracias al enorme esfuerzo de todos quienes nos precedieron, estamos hoy donde estamos. Se trata de una conquista social irreversible.
Educación sexual por contagio
A lo largo de los siglos XIX y XX se vivió -especialmente en Europa- un intenso y apasionado debate en torno a la educación sexual, entre defensores y detractores. Hasta que por fin se puso de manifiesto que no es posible «no hacer» educación sexual. Ya que tod@s -inevitablemente- hacemos educación sexual. Porque la educación sexual no es transmitir una serie de conocimientos biológicos o anticonceptivos, sino que es transmitir a la siguiente generación un modelo de sexualidad, una manera de entender, de vivir, de disfrutar y de compartir afectos y placeres.
Modelo que se transmite por contagio, ya desde el nacimiento mismo. Por eso todo hacemos educación sexual. La pregunta no es si se está a favor o en contra de la educación sexual, sino qué modelo y que valores queremos transmitir. O dicho de otro modo, de qué manera les podemos ayudar más y mejor a la nueva generación.
Hoy en día ya nadie pone en duda que esta madre -sin pizarra, sin libros, sin apuntes, sin diapositivas- está haciendo educación sexual. Porque le está transmitiendo a su hijo una manera de vivir la piel, el cuerpo, el afecto, el contacto. Sin tontos pudores, sin barreras, sin pestillos. Y al mismo le está preparando para que la vivencia de su sexualidad sea positiva y placentera. Y eso precisamente es hacer educación sexual.
Así educad@s, l@s niñ@s van viviendo las distintas etapas de su sexualidad. La curiosidad, la seducción, el juego, el placer... Sin pudores, sin vergüenzas, sin sentimientos de culpa. Sin miedo.
Muchas veces es suficiente con dejarles hacer, jugar, desenvolverse con naturalidad. Y atender con la misma naturalidad a las preguntas que vayan planteando. Las explicaciones más elaboradas ya vendrán más adelante.
La educación sexual en la escuela
Por otra parte, es conveniente que esa educación sexual que se transmite por contagio, se vea reforzada por la intervención específica de la Ikastola, porque es precisamente aquí donde tiene lugar buena parte del proceso de socialización. Y es evidente la dimensión social de lo sexual.
El papel de la escuela en la educación sexual ha sufrido un vuelco total en el último siglo.
Estas rancias imágenes en las que la sexualidad estaba completamente supeditada a planteamientos religiosos, a prohibiciones, a amenazas, cuyo objetivo y obsesión era la negación misma del hecho sexual humano -más allá de lo meramente reproductivo-, han quedado ya para el museo de la historia.
Actualmente la educación sexual en el marco escolar se inscribe en el contexto de una pedagogía integral cuyo objetivo es la educación, la salud y la felicidad de l@s alumn@s.
Pero sería muy ingenuo el pensar que ha sido fácil llegar hasta aquí. Pues no, no ha sido precisamente un camino de rosas, sino salpicado de dificultades, barreras, zancadillas y trabas de todo tipo por parte de una concepción religiosa que se resistía -y se sigue resistiendo- a entender el hecho sexual humano en clave positiva, en clave de comunicación, de afecto y de placer. Desde una concepción religiosa, la búsqueda del placer es una rebelión pecaminosa e imperdonable (!!!).
Pero las aportaciones de Havelock Ellis, de Freud, de Reich, de Neill, de Kinsey, de Masters y Johnson o de Kaplan abrieron a lo largo del siglo XX un camino sin retorno y supusieron una conquista social ya irreversible. Cierto es que la iglesia y la derecha más recalcitrante han tratado siempre de frenar el proceso, pero sin éxito. Lo dicho: se trata de una conquista social irreversible.
La crisis de los 60
En la década de los 60 los países del norte de Europa desarrollan una actividad frenética en el campo de la educación sexual. Optimismo, alborozo, entusiasmo. Pero se cometen algunos errores, propios de la inexperiencia. De una parte, se entiende la educación sexual como sinónima de «información» sexual, lo cual provoca una fuerte reacción del alumnado, no contra la educación sexual, sino contra una visión tan restringida.
Y el otro error fue fijar objetivos excesivamente ambiciosos e impropios de la educación sexual. Se pensaba que lograría evitar los embarazos no deseados, el aborto, los divorcios, la promiscuidad y hasta la violencia sexual. Se esperaba incluso curar y prevenir toda clase de enfermedades sociales. Es curioso leer los documentos de la época y detenerse a analizar los pretendidos objetivos de la educación sexual. La lista de objetivos es interminable. La educación sexual debía resolverlo todo.
Evidentemente no fue así. No podía haberlo sido. Surgen las protestas. La iglesia aprovecha la marejada para lanzar una ofensiva contra la educación sexual. Y a finales de los 60 estalla la crisis. Se pasa del entusiasmo a la decepción y al desánimo. La educación sexual -que hasta entonces era la que debía salvar de todos los males- se convierte ahora en la causa de todos los «males»: aumento de la promiscuidad sexual, del aborto, resquebrajamiento de la moral sexual, crisis de la familia, aumento de los divorcios... El objetivo es, ahora, retirar la educación sexual de la escuela. Y así volver a épocas pasadas.
Nuevo enfoque de la educación sexual
Se aviva la polémica. Pero ello lleva a un profundo cuestionamiento de «qué es» la educación sexual y cuáles son sus objetivos. Es un hecho trascendental, puesto que es la primera vez en la historia que (de un modo colectivo) se lleva a cabo un análisis profundo. Una cosa queda clara: ya nada será como antes, ya no es posible regresar a situaciones anteriores. Habrá sectores (los sigue habiendo hoy mismo) que propugnan la vuelta atrás, pero la situación histórica de los años 60 (y más aún la de principios de siglo) es ya irrepetible.
Así, lo que comienza siendo un auténtico acoso, se convierte en una crisis de crecimiento. Se produce un proceso de maduración importante. Fruto de este total replanteamiento y del análisis de lo hasta entonces realizado, se aprende de los errores y se sacan cuatro importantes conclusiones:
- Que hasta la fecha la educación sexual no se había planteado como una intervención positiva, dentro de un marco educativo global, sino que se había utilizado como un mero «salvavidas» ante un sinfín de problemas a los que la sociedad no sabía cómo enfrentarse: embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, divorcios, violaciones, etc. Sin embargo, la educación sexual no es ningún «salvavidas» y la sociedad había de adoptar una actitud más positiva ante el hecho sexual humano.
- Hasta la fecha, la educación sexual que en la práctica se venía haciendo identificaba sexualidad con procreación. La anatomía y fisiología genital se ceñía a una serie de órganos dirigidos a la procreación, siendo el placer, la masturbación, la homosexualidad y toda conducta sexual no reproductiva tachada de «perversión».
- La educación sexual no puede quedar reducida -como hasta entonces- a la información anatómica y fisiológica. La sexualidad humana no es un amasijo de ovarios, testículos, penes, úteros, trompas o conductos espermáticos. Falta lo más importante: el deseo, el placer, la comunicación y el afecto.
- También quedó patente la improvisación y la falta de preparación de un profesorado al que se le exigía impartir educación sexual sin haber sido preparado para ello. De ahí que el profesorado proyectase sobre la clase sus propios conflictos personales. A partir de este momento se hizo evidente la necesidad de abordar esta área ya desde las propias escuelas de magisterio y establecer cursos de reciclaje para el profesorado.
Tras esta crisis de crecimiento, la educación sexual salió claramente fortalecida, y desde entonces no ha cesado de avanzar. En Euskal Herria, ya en 1983 el Gobierno Vasco, "seguro de que la educación sexual es, en sus objetivos y métodos, una parte inseparable de la educación integral del niño", publicó su «programa de salud escolar», en el que dentro de "un concepto integral de salud" dedicaba nada menos que la mitad del programa a la «educación sexual en la escuela», exponiendo la "filosofía básica de la educación sexual", analizando sus objetivos y desarrollando un extenso y detallado programa de actividades integradas a desarrollar en el marco de la educación para la salud, especificando una serie de guiones orientativos para la formación del alumnado en cada nivel de la EGB.
En los últimos 30 años se han multiplicado por toda Europa las más diversas iniciativas dirigidas a atender la educación de nuestra dimensión sexual.
La educación sexual no es el sustituto de una sexualidad robada
Si algo ha quedado claramente de manifiesto tras la crisis de los 60 es que la educación sexual no puede limitarse a la información sexual -por muy amplia y clara que ésta sea-, sino que ha de respetar y valorar las expresiones concretas de su propia sexualidad de hoy, del «ahora», en lugar de recordarles cínicamente qué bonito y agradable será todo «más adelante», cuando sean «mayores», cuando tengan «edad» para hacerlo.
La educación sexual jamás puede plantearse como compensación por una sexualidad robada. Ha de respetar su derecho a disfrutar su propia sexualidad y a hacer el amor. De hacerlo, y no de «escuchar» a l@s adult@s hablando de él.
Hace algunas décadas los adolescentes se vestían pronto el mono de trabajo para entrar a trabajar de aprendices. Había que madurar rápido. La madurez biológica y la madurez social iban bastante a la par. Pero las condiciones socio-económico-culturales han ido evolucionando. Unas positivas, otras no tanto. Ahora se ha prolongado enormemente el período de estudios, bien universitarios, bien de FP. Al mismo tiempo ha descendido hasta cotas insospechables el mercado de trabajo, siendo la juventud el colectivo que padece el mayor índice de paro. Hay gente que tiene que seguir estudiando, haciendo Tesis, masters y todo tipo de cursos de postgrado simplemente porque no encuentra un puesto de trabajo y no va a quedarse tirad@ en la calle.
Ello supone un enorme retraso en la incorporación activa a la sociedad de su tiempo. Ello supone un enorme desajuste entre la madurez biológica y la madurez social. O traducido: que jóvenes biológicamente adultas y adultos son considerad@s socialmente un@s niñat@s. Sin un oficio, sin experiencia laboral, sin autonomía, sin independencia económica, sin protagonismo social ni político en una sociedad de viejos. No hay más que ver la cantidad de jóvenes que tras terminar sus estudios, pasan al paro para seguir dependiendo de sus padres. O la cantidad de parejas a las que les es imposible independizarse y meterse en un piso. Impensable.
¿Y qué pasa con su sexualidad? Hemos dicho que son biológicamente adult@s, pero que socialmente carecen de una autonomía y de una independencia. Pues bien, esta sociedad camaleónica, con no poca capacidad de adaptarse, trata de utilizar la demanda social de educación sexual, para frenar y contener la actividad sexual.
Cierto que l@s jóvenes carecen de información sexual, -porque no se la hemos dado; porque tampoco l@s adult@s la tenemos. Cierto que es enormemente positivo verbalizar, exteriorizar, expresar nuestros miedos, dudas e incertidumbres. Pues bien, «hablemos de sexo». Todo lo que se haga en este terreno será enormemente positivo. Sin duda.
Pero la educación sexual va más allá de la mera información sobre el óvulo y el espermatozoide, la herencia genética, la diferencia entre gemelos y mellizos, las funciones del testículo, las Trompas de Falopio o las fases del embarazo. Educación sexual no es hablar de óvulos, conductos espermáticos, úteros, hormonas o códigos genéticos. No es una válvula de escape, ni la compensación por una sexualidad robada. Es transmitir una vivencia positiva y placentera de la sexualidad humana.
La educación sexual ha de abordar sin tapujos la propia sexualidad de l@s jóvenes y, lógicamente, su práctica sexual: su masturbación, sus relaciones sexuales, el placer, el bienestar, el afecto, la comunicación, los métodos anticonceptivos, etc. Ya lo dijo Wilhelm Reich en 1932 («La lucha sexual de los jóvenes»): "Los jóvenes y adolescentes no solamente tienen derecho a la información sexual, sino que tienen, plenamente, derecho a una vida sexual satisfactoria".
La educación sexual supone el respeto profundo a l@s jóvenes y el reconocimiento explícito de su sexualidad. Una sexualidad palpitante, vibrante, exuberante, desbordante. Una sexualidad cuyas hormonas les salen hasta por las orejas. La sexualidad de un ser vivo, joven y pujante. Una sexualidad que necesita vivirse, expresarse, gozarse. Consigo mismo/a y en estéreo. Una sexualidad que le lleva a gozar, pero también a sentir afecto, ternura, respeto, cariño. Que le ayuda a aprender a compartir. Y a sentirse vivo/a. Y a disfrutar de ello. "Gracias a la vida".
Y las prácticas, ¿cuándo? Por cierto, no sólo cuándo, sino también «dónde». No disponen de un espacio de intimidad, de un sitio donde poder disfrutar y compartir su placer, su amor, su ternura, sin tener que estar con la oreja en la puerta y los calzoncillos en la mano por si alguien viene. ¿Eso es lo que queremos para ell@s? Necesitan que les echemos una mano; no se la podemos negar. Nosotr@s nos quejamos (y con razón) de que nadie nos ayudó cuando lo necesitamos. No hagamos ahora nosotros lo mismo con ell@s.
Hay culturas -de esas que llamamos «atrasadas»- en las que l@s adult@s instruyen sexualmente a l@s adolescentes. Se retiran a una «Casa del Amor» -por cierto, en Donostia siempre ha sido muy conocida, y visitada «Etxe Maite»-, donde l@s adolescentes se reúnen con sus profesores. Est@s les transmiten todo lo que ellos saben, todo lo que han aprendido. Y l@s adolescentes lo ensayan, lo prueban, lo disfrutan. Luego, en grupo, expresa cada un@ sus experiencias, sus vivencias, sus prácticas, sus dudas. L@s profesores tratan de aclarar las cosas. Y así, van aprendiendo.
Nosotr@s, las culturas «adelantadas», aún seguimos diciendo aquello de que el sexo es un «instinto», que ya lo hacen los perros sin necesidad de ir a la escuela, y que no requiere aprendizaje. Premio. Así nos luce el pelo.
La educación sexual no es una válvula de escape, ni la compensación por una sexualidad robada. En palabras de Tony Duvert -«El buen sexo ilustrado»-, "el derecho institucional a «hablar de sexualidad» sirve para aplastar una sexualidad condenada al silencio. Todo discurso científico exclusivo sobre el sexo implica que el sexo se halla censurado. Se habla de sexo al niño y al adolescente tras haberle negado todo derecho sexual. Esta sexualidad robada se le restituye al menor bajo la forma de un discurso normativo y teórico". Sin embargo, eso no es educación sexual. La educación sexual ha de respetar las expresiones concretas de su propia sexualidad de hoy, del «ahora», en lugar de recordarles qué bonito y agradable será todo «más adelante». Respetar su derecho a hacer el amor. De hacerlo, y no de «escuchar» a los adultos hablando de él.
Si deseas más información sobre la Educación sexual, puedes ponerte en contacto con nosotros o acercarte a la Clínica Askabide, para pedir cita y ayudarte lo antes posible. Llevamos más de 30 años ayudando a nuestros pacientes.