El reloj biológico
Un maravilloso reloj biológico nos va marcando el ritmo de nuestras funciones vitales: el hambre, la sed, el sueño, el sexo, etc.
La comida y el sexo son los dos impulsos básicos de los seres vivos. El uno tiene que ver con la supervivencia del individuo y el otro con la supervivencia de la especie. Lo cual a la postre es la misma cosa. Es la vida, cuidándose y reproduciéndose a sí misma.
El sexo es el camino que utiliza la vida para reproducirse a sí misma. El sexo nos inflama, nos enardece, nos empuja a desear, a buscar, a compartir, a disfrutar junt@s, a agradecernos mutuamente, a llenar nuestros pulmones, a sentirnos viv@s en este infinito universo. El sexo es una reafirmación de la alegría de vivir.
Todas las funciones biológicas -y el sexo es una más- tienen unos ritmos. Cuando el ser vivo detecta una serie de carencias, se produce un estado de desequilibrio, de malestar, de desasosiego, todo lo cual le impulsa a realizar una serie de conductas a través de las cuales restablezca de nuevo el equilibrio que le devuelva esa sensación de bienestar y placidez. Este esquema es básicamente igual para el hambre, la sed, el sexo, el descanso, el sueño o la necesidad de orinar. Cuando el cuerpo detecta estas carencias, se observa un malestar y una irritabilidad descorazonadora que impulsan al individuo a buscar aquello de lo que carece, sea comida, sexo o descanso.
Ese «impulso» recibe distintos nombres, según la necesidad de que se trate. Así, hablamos de hambre, de sed, de sueño. En el ámbito de lo sexual, hablamos de instinto, de libido, de apetito, de impulso o de deseo sexual, acepción esta última que actualmente es la más empleada. El deseo sexual es pues un estado de desequilibrio, de carencia, de necesidad, de tensión, el cual nos mueve a la búsqueda de la recuperación del equilibrio, lo cual provoca una sensación de saciación, de plenitud, de satisfacción, de bienestar.
Nuestro cuerpo está perfectamente diseñado para que una serie de sensores detecten nuestra carencia de comida, de bebida, de sexo o de sueño. Así, en lo sexual son las hormonas las encargadas de despertar el deseo sexual. Ovarios y testículos arrojan sus hormonas al torrente sanguíneo y cuando la sangre pasa por el cerebro -por nuestro hipotálamo- unos sofisticados sensores detectan la presencia hormonal, lo cual nos provoca esa sensación de carencia, de desasosiego, de hambre sexual, de deseo, que nos empuja a buscar la actividad sexual.
Actividad sexual que nos llena de satisfacción, de placer, de bienestar, devolviéndonos de nuevo el equilibrio deseado. De modo que siempre nos movemos en ese esquema de equilibrio / pérdida del equilibrio / recuperación del equilibrio / satisfacción. Así, después de una suculenta comida nos sentimos satisfech@s, pero apenas unas pocas horas después volvemos a sentir hambre. Después de toda una jornada de trabajo nos sentimos cansad@s y necesitamos dormir. Y de la misma manera también en el sexo se produce ese mismo esquema: sentimos esa comezón, ese desasosiego, ese deseo sexual; la conducta sexual y el intenso placer vivido colman y satisfacen nuestro deseo, devolviéndonos el equilibrio y el bienestar buscado. Pero al tiempo vuelve a despertarse el hambre sexual, el deseo, y vuelve a repetirse el mismo ciclo. Y así mientras haya vida.
Y es que lo que pretende la vida es asegurar, garantizar, la cadena de la vida. Quiere garantizar nuestra supervivencia como especie, lo cual pasa por garantizar nuestra supervivencia como individuos. Y ha puesto los mecanismos necesarios para ello. Nos empuja -y con fuerza- a comer. Y nos empuja -y con fuerza- al sexo. Y la vida se ha encargado de ponernos un reloj biológico interno que nos va marcando los ritmos con que ir satisfaciendo nuestros procesos vitales.
El sistema de recompensa
De modo que la vida -tanto en la especie humana como en todas las demás especies- ha tenido que encontrar la manera de fomentar la comida y el sexo, la manera de empujarnos a comer y a tener sexo. Y lo ha hecho de la manera más ingeniosa: nos da un premio por buen comportamiento. Cada vez que se logra el objetivo -bien la comida, bien el sexo-, el cerebro recibe una recompensa -premio- por ello: unas generosas descargas eléctricas y una erupción masiva de dopamina y endorfinas alcanzan los centros del placer del cerebro -el sistema límbico-, provocando una intensa sensación de placer y de satisfacción.
Durante mucho tiempo se pensó que la motivación de la conducta era la evitación del dolor. Se pensaba que comíamos para quitarnos de encima la desagradable sensación del hambre, o que teníamos sexo para eliminar la comezón, la tensión, el hambre sexual. Sin embargo, hoy sabemos que con tales conductas no sólo se elimina esa sensación desagradable, sino que el cerebro ha desarrollado un mecanismo de recompensa, consistente en enviar descargas eléctricas sobre los centros del placer (en el sistema límbico), las cuales producen un placer tan intenso que aseguran el que tales conductas se repitan asiduamente. Es una especie de premio por «buen comportamiento».
Es decir, que la motivación de la conducta no es tanto la evitación del dolor, sino la búsqueda del placer. De manera que la motivación de comer no es sólo la evitación de la sensación de hambre, sino la búsqueda del placer que nos proporcionan los alimentos. Y la motivación de la conducta sexual no es sólo la eliminación de una tensión sexual desasosegante, sino la búsqueda de las tan placenteras descargas eléctricas y químicas de nuestro cerebro, y muy especialmente durante el orgasmo.
El sistema de recompensa es un muy bien elaborado mecanismo por el cual cada vez que llevamos a cabo una conducta que favorece la supervivencia personal –comida- o bien la supervivencia de la especie –sexo-, resulta que además de resultarnos conductas placenteras y gratificantes ya por sí mismas, el cerebro se da además un premio -una recompensa- a sí mismo, una descarga eléctrica y neuroquímica -dopamina, oxitocina y endorfinas- justo en el núcleo de los centros del placer, es decir, en el sistema límbico. Para entendernos: una especie de premio, de postre, por habernos portado bien. Gracias a este sistema de recompensa, el cerebro se dice a sí mismo: "correcto, esto era bueno, me ha gustado, ha estado bien. Hay que repetirlo a menudo".
El mecanismo es producir una descarga intensa de placer; el objetivo es que esa conducta vuelva a repetirse con frecuencia, con lo cual se está garantizando la supervivencia del individuo y la supervivencia de la especie.
La recompensa -la descarga de dopamina y endorfinas- produce un estado de bienestar, de placer, de euforia. Este circuito de recompensa es tan útil y funciona tan bien que la naturaleza lo ha mantenido con exquisito cuidado desde hace millones de años. El mecanismo es muy eficaz: premiar una conducta hará que esta se repita. Es por ello que las conductas alimenticias y sexuales resultan tan gratificantes. Porque es importante que lo hagamos a menudo. Para asegurarse, la naturaleza ha establecido un premio, una apetitosa recompensa. El placer es la recompensa. Así, tras el orgasmo se produce una sensación de relajamiento, provocada por la secreción de oxitocina. Recompensa que a su vez actuará como estímulo para de ahí a un tiempo volver a repetir la conducta. Se trata del ciclo «necesidad-acción-satisfacción». El placer es la recompensa. Todo está, pues, muy bien pensado.
Problemas de deseo
Sin embargo..., hay veces en que las cosas no transcurren como debieran. Ni en la comida (anorexia), ni en el sexo (falta de deseo). Aunque pueda parecer increíble, podemos llegar a anular el deseo de comida y el deseo sexual.
Y ello puede ocurrir por muchas razones, tanto internas como externas.
- Unas veces porque nuestra maquinaria presenta problemas.
- Otras porque determinados medicamentos para arreglar otras cosas tienen efectos secundarios dañinos sobre el deseo sexual.
- Y otras muchas porque en lugar de favorecer el placer, el bienestar y la salud sexual, una cultura con marcados tintes religiosos y masocas ha boicoteado el normal proceso del desarrollo psicosexual del individuo, despertando el temor, el miedo en la persona, especialmente en su más tierna infancia, es decir, cuando se siente más desvalida e indefensa. Cuando aún no es capaz de plantar cara a unos códigos religiosos educastrantes.
Gracias a nuestro reloj biológico, la vida asegura su supervivencia, tanto la personal como la de la especie. El reloj biológico es el que regula el ritmo con el que hemos de satisfacer tales necesidades. Él es el que se encarga de provocar una serie de sensaciones que despierten en nosotros un estado de necesidad. Necesidad de comer, necesidad de dormir, necesidad de sexo. Necesidad que pone en marcha una serie de conductas que satisfagan tales carencias. Gracias a este reloj biológico la vida sigue sus ritmos y cubre sus necesidades.
Pero... a veces... el reloj de la muñeca se nos queda sin pila. Y claro, conviene renovársela. Si no, el reloj no funciona. Otras veces es algo más que la pila, es un problema de la maquinaria. Y claro, conviene repararla. Porque si no, tampoco funciona. Para que cumpla su función y marque los ritmos, el reloj tiene que estar a punto.
Exactamente lo mismo nos ocurre con nuestros relojes biológicos. Unas veces se nos quedan sin pila. Y otras falla el mecanismo. Enferman. Por múltiples razones. Y entonces el cuerpo protesta, clama, exige. Si no atendemos su grito, tendremos problemas.
¿Se puede contravenir los ritmos que nos van marcando nuestros relojes internos? Se puede, pero cualquiera de los ritmos que se pretendan ignorar, tiene un precio, un alto precio. Y la persona se resiente. Y se encuentra mal. Y enferma. Hay muchas maneras de «enfermar». Y entonces, el cuerpo protesta. Y si no se atienden sus demandas, las cosas irán a peor.
Hay quienes pretenden desoír las necesidades que nos marca el reloj biológico que regula el ritmo de las comidas. Y sus cuerpos se debilitan. Y enferman. Y se vuelven anoréxic@s. Y el reloj -agotado, extenuado- se para. Ya no emite señales. Sus agujas ya no se mueven. Y mueren. Y es que contravenir las necesidades y los ritmos de la vida tiene un precio, un alto precio.
Y hay también quienes pretenden desoír las necesidades que nos marca el reloj biológico que regula el ritmo de la actividad sexual. Y pasan de sexo. Un@s viven sus vidas como si el sexo no existiera. No tienen sexo. Otr@s viven deseando que no existiera. Tienen sexo, pero a regañadientes, contra su voluntad. Poniendo todas las excusas del mundo, hasta que ya no queda más remedio y "hay que hacerlo". Hay incluso quienes hacen solemnes liturgias en las que renuncian públicamente a toda expresión de su vida sexual. Como si de un mérito se tratara. Y a eso le llaman "votos de castidad". Y dicen sentirse "orgullos@s" de ello.
Es obvio que en ambos casos -comida y sexo- las influencias socio-culturales son determinantes. Influencias que pueden empujarnos a hacer cosas que van directamente contra nosotr@s mism@s, contra nuestra salud, contra nuestra vida, contra nuestra felicidad.
El hecho es que puede haber numerosos factores que provocan un descenso del deseo sexual:
- Enfermedades. Como por ejemplo la hipertensión, la diabetes, la artritis crónica, la epilepsia, y un largo etcétera.
- La medicación. En otros casos, es la propia medicación que se toma para hacer frente a determinadas enfermedades -como la depresión o la hipertensión- la que nos provoca un efecto secundario que afecta al deseo sexual.
- El consumo de drogas. Además de la adicción y de otros efectos perniciosos para la salud -muy en especial el daño cerebral-, el consumo continuado de drogas tiene como consecuencia un notable descenso del deseo sexual. Así, el uso continuado de anfetaminas, cocaína y heroína produce un descenso del deseo sexual y problemas de erección y lubricación durante la conducta sexual y dificultad para alcanzar el orgasmo.
- Educastración sexual. En los humanos, todos los mecanismos sexuales (deseo, excitación y orgasmo) pasan por el cerebro, que es el órgano sexual más importante. Por lo que una educación contraria al placer sexual dificulta innegablemente el permiso que cada cual se da a sí mism@s. Una educastración sexual que ha sido aún más cruel con las mujeres.
- Experiencias traumáticas infantiles. Es evidente que ser objeto de abusos sexuales -y muy especialmente en una etapa en que no tenemos recursos ni para hacer frente a la agresión ni siquiera para entender lo que está ocurriendo- va a tener una serie de consecuencias no sólo a corto plazo, sino también a largo plazo. Y no sólo en la vida sexual de esa persona, sino también en otras áreas de su psicología. La edad y el grado de parentesco del abusador son factores que agravan las consecuencias de la agresión. Cuanta mayor sea la diferencia de edad, y cuanto más próximo sea el parentesco, mayores serán las secuelas. Cierto es también los casos de abusos sexuales son muchos más que los que se detectan y se denuncian, ya que dada la edad, la indefensión y la vulnerabilidad del niño/a, muchos de estos abusos sexuales ocurren sin que el entorno llegue a tener conocimiento. Pero sin ánimo alguno de pretender banalizar una situación tan seria, hay que dejar constancia de que también es cierto que hemos conocido una cierta corriente de la psicología que ha abusado en su empeño de encontrar traumas infantiles como la causa desencadenante de los problemas sexuales, Y en concreto, de la falta de deseo sexual. Hoy en día podemos afirmar que es cierto que las agresiones sexuales tienen evidentes repercusiones negativas en la sexualidad de las personas agredidas, pero que en la inmensa mayoría de las personas que presentan un trastorno de su deseo sexual la causa no está en ninguna agresión sexual, ni en otro tipo de trauma infantil, sino que las causas reales son de orden cultural y educativo, a las que se añade la dificultad personal para hacerles frente y para manejarse en los encuentros sexuales.
- Imposición del modelo sexual masculino. Una sexualidad basada más en la cantidad que en la calidad, basada en un modelo sexual masculino que hace girar todo el encuentro sexual en torno a la penetración. De manera que las mujeres encuentran poco atractivo, poco gratificante, un encuentro sexual dirigido obsesivamente a la penetración. Máxime cuando resulta que el órgano sexual femenino más importante -el clítoris- está fuera e incluso lejos de la vagina. De manera que si no hay placer no hay deseo. La verdad es que pocas ganas le quedan a una de repetir una experiencia que no resulta placentera.
- Dolor en la penetración. Tanto en ella -vaginismo- como en él -fimosis o frenillo-. El hecho es que el dolor siempre anula el deseo. Es lógico. El dolor es el mayor antídoto del amor y del deseo. Si hay dolor hay que resolverlo previamente. Una vez resuelto, podrá despertarse el deseo.
- El miedo al embarazo. El miedo -cualquier miedo- paraliza el deseo. El pánico a un posible embarazo no deseado por hacerlo sin utilizar una anticoncepción adecuada es un factor enormemente inhibidor y paralizante. Hacerlo con la marcha atrás o calculando determinados días del ciclo femenino sabemos que -más tarde o más temprano- vamos a tener un embarazo no deseado. De hecho, todos conocemos a personas de nuestro entorno que creyendo que tales cosas impiden el embarazo, se han embarazado. Es por ello que se observa una correlación clarísima entre la no utilización de una anticoncepción segura y un descenso del deseo sexual.
- Deterioro afectivo. El sexo crea vínculos afectivos, es el pegamento que une a la pareja. Ambos factores -sexo y afecto- se complementan y se refuerzan mutuamente. De manera que a mejor calidad de los encuentros sexuales, también el vínculo afectivo se refuerza. Y a medida que el vínculo afectivo se refuerza, también el mutuo deseo se incrementa. Sólo que el mismo mecanismo se da a la inversa: de manera que cuando la relación afectiva sufre un deterioro, también se resiente el deseo sexual. A veces se trata de una pequeña crisis pasajera, de suerte que resuelta La crisis vuelve a aflorar el deseo. En otros casos, sin embargo, el deterioro ha ido demasiado lejos, habiendo alcanzado ya un punto de no retorno. La pareja se está desintegrando, camino ya de su ruptura. En esta última etapa se observa -junto con un aumento de las tensiones y de la conflictividad- una rápida desaparición del deseo sexual. Lo cual pone de manifiesto que de la misma manera que el sexo lleva al afecto, la desaparición del afecto lleva al desinterés sexual. Si bien en este caso no se trata de una inhibición del deseo, sino de la pérdida de interés sexual hacia esa persona en concreto.
- Cansancio y estrés laboral. El estrés es una situación de emergencia, consecuencia de una gran presión. En las situaciones de estrés el cuerpo cuenta con una serie de mecanismos fisiológicos para hacer frente a la situación. Pero si el problema y la presión se mantienen en el tiempo, el cuerpo agota sus reservas, los mecanismos de alarma ya no responden y entramos en un agotamiento en el que nos sentimos superados por la situación. El estrés laboral puede ser de dos tipos:
- Por una excesiva presión en el trabajo, en el rendimiento exigido, en las metas impuestas.
- Por una falta de trabajo que se alarga en el tiempo y que empieza ya a impedirnos hacer frente económicamente a las necesidades de la vida, además de que nuestra autoestima se resiente.
En ambos casos se produce una pérdida de la autoestima, y una situación de agotamiento y desesperanza. Todo lo cual nos deja sin motivación, sin ilusión, sin energías, lo cual -unido a un drástico descenso del nivel de testosterona en sangre- nos acarrea un rápido descenso del deseo sexual.
Cómo salir del atasco
Es obvio que habiendo tantos y tan diferentes factores que pueden tener como consecuencia una inhibición del deseo sexual, no puede haber una única receta para todas las personas. Lo primero a hacer es, por tanto, detectar cuál es la causa -o causas- en cada caso, para así no dar palos de ciego y poder actuar con eficacia. No se actuará de la misma manera -por ejemplo- en el caso de un hipertenso, en el caso de una fimosis, en el caso de una crisis postparto, en el caso de una esterilidad, en el caso de una baja autoestima o en el caso de una pareja con un importante déficit de información respecto a la anatomía genital y al juego sexual. Cada caso es distinto, las causas son diferentes y la manera de abordarlo también es diferente.
Hay que pedir ayuda
No hay duda: antes de arruinar nuestra vida sexual -e incluso nuestra vida de pareja-, más vale pedir ayuda. Son muchos los factores en juego, y carecemos de la preparación y de la información necesarias para hacerles frente. Precisamente por eso estamos metidos en semejante atasco. No hay que tener miedo a pedir ayuda. Bien merece la pena. Se trata de una ayuda que nos va a permitir estudiar las causas, establecer un diagnóstico y establecer la manera más adecuada de salir del atasco.
Si tienes falta de apetito sexual, puedes ponerte en contacto con nosotros o acercarte a la Clínica Askabide, para pedir cita y ayudarte lo antes posible. Llevamos más de 30 años ayudando a nuestros pacientes.